“¿Ya puedes ver?” es quizá la frase más triste que Charlot haya dirigido a una de las tantas mujeres que compartieron con él la pantalla. Él siempre se enamoraba, y vivía el amor de verdad, queriendo lo mejor para su compañera, aunque esto signifique que ella se fuera a vivir un futuro mejor, quizá con otro. Luego Charlot se quedaba solo, pero tal vez sintiéndose bien por saber que esa otra persona, a quien amaba, sería feliz.
Pero esa es la frase más triste porque va acompañada de una mirada de misericordia, de la otrora vendedora de flores ciega, a la que Charlot ayudó a recobrar la vista. Sólo que ella no sabe cuál es la identidad de su angélico salvador, hasta que se encuentra con el vagabundo Y además se acompaña con el rostro más pueril de Charlot, como un infante que espera de su madre un dulce o quizá un mimo. Charlot prácticamente se desmorona de felicidad al encontrarse nuevamente ante aquella florista y no sabe qué hacer. La posibilidad del final abierto nos deja como tarea imaginar qué es lo que ocurre luego. A todos nos gustaría que ella se quede con Charlot, pero sabemos que lo más probable es que no.
La capacidad de Chaplin para generar en los espectadores una carcajada y el más hondo sentido de tristeza se explota a mil en Luces de la ciudad. Desde su interacción con la vendedora de flores, mostrando su lado más tierno, hasta la compañía que hace al hombre adinerado, quien lo reconoce como su amigo sólo cuando se emborracha. Así fluctúa la suerte de Charlot, dependiendo siempre de otro.
La suerte que corre este personaje en sus múltiples cortos y largometrajes es casi siempre esquiva a la felicidad. Con su bien logrado humor nos hace participes de sus desdichas, a las que no desea arrastrar a nadie más. Tal vez su abandono, acompañado de otra persona, a lo que vendrá después, se puede notar en el final de Tiempos Modernos, cuando camina esperando el futuro junto a Paulette Godard, su pareja en la ficción, y por entonces también en la realidad. O también en el final más paternal de El Niño.
De cualquier manera, Charlot está siempre en los extramuros de lo que puede ser la tranquilidad, en constantes sobresaltos, preocupado por conseguir algo para comer, aunque al final sea su zapato lo que tenga que ingerir, como en La quimera de oro; lo que pasa con él es en última instancia que no se preocupa de vivir, es decir, de sobrevivir, casi tiene la seguridad de que todo al final saldrá bien. Chaplin, encarnado en Charlot, apuesta a que la felicidad está en la no preocupación, de tratar de no ahogarse en este mundo material lleno de opresiones materiales, lo mejor era abandonarse a una felicidad sin ansiedades, sin desvelos, saber que todo al final acabará bien, aunque esa felicidad sea construida para otros … “Sí, ahora puedo ver”
G. Lopez T.
Pero esa es la frase más triste porque va acompañada de una mirada de misericordia, de la otrora vendedora de flores ciega, a la que Charlot ayudó a recobrar la vista. Sólo que ella no sabe cuál es la identidad de su angélico salvador, hasta que se encuentra con el vagabundo Y además se acompaña con el rostro más pueril de Charlot, como un infante que espera de su madre un dulce o quizá un mimo. Charlot prácticamente se desmorona de felicidad al encontrarse nuevamente ante aquella florista y no sabe qué hacer. La posibilidad del final abierto nos deja como tarea imaginar qué es lo que ocurre luego. A todos nos gustaría que ella se quede con Charlot, pero sabemos que lo más probable es que no.
La capacidad de Chaplin para generar en los espectadores una carcajada y el más hondo sentido de tristeza se explota a mil en Luces de la ciudad. Desde su interacción con la vendedora de flores, mostrando su lado más tierno, hasta la compañía que hace al hombre adinerado, quien lo reconoce como su amigo sólo cuando se emborracha. Así fluctúa la suerte de Charlot, dependiendo siempre de otro.
La suerte que corre este personaje en sus múltiples cortos y largometrajes es casi siempre esquiva a la felicidad. Con su bien logrado humor nos hace participes de sus desdichas, a las que no desea arrastrar a nadie más. Tal vez su abandono, acompañado de otra persona, a lo que vendrá después, se puede notar en el final de Tiempos Modernos, cuando camina esperando el futuro junto a Paulette Godard, su pareja en la ficción, y por entonces también en la realidad. O también en el final más paternal de El Niño.
De cualquier manera, Charlot está siempre en los extramuros de lo que puede ser la tranquilidad, en constantes sobresaltos, preocupado por conseguir algo para comer, aunque al final sea su zapato lo que tenga que ingerir, como en La quimera de oro; lo que pasa con él es en última instancia que no se preocupa de vivir, es decir, de sobrevivir, casi tiene la seguridad de que todo al final saldrá bien. Chaplin, encarnado en Charlot, apuesta a que la felicidad está en la no preocupación, de tratar de no ahogarse en este mundo material lleno de opresiones materiales, lo mejor era abandonarse a una felicidad sin ansiedades, sin desvelos, saber que todo al final acabará bien, aunque esa felicidad sea construida para otros … “Sí, ahora puedo ver”
G. Lopez T.
1 comentario:
Algo en esa película hace que la vea, una, dos, tres y mil veces. Chaplin!!!
Chaplin!!!
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