Entre mundos efímeros y superficiales, donde lo mecánico y material te limita la mente a hacer siempre lo que debemos hacer, sólo la imaginación como cuna de hechos reales y ficticios, nos hace saber que hay otro mundo paralelo.
La noche, oscura y aparentemente incierta, poco sería sin su lámpara, la luna, obra del Todopoderoso, quien la puso como ama y señora para cada lunático imaginativo, quien la tomaría como esposa, reina, y hasta diosa menor, a quien rendiría sonatas amorosas para satisfacer su existencia.
Pierrot, otro lunático imaginativo, tan común y corriente como uno más del resto, aquel triste artefacto humano, de quien todos se reían -al fin y al cabo esa es su vocación, sacar siempre en el otro sus más superficiales (o remotas, según sea el caso) emociones y sentimientos- aunque para él, pobre de condición, no sea más que un ejercicio rutinario, el pan de cada día, hasta la noche que es donde puede ver a la novia, la dama inalcanzable de quien estaba plenamente enamorado, la luna.
Pierrot es una artista, un idealista, un soñador, y la luna para él, su musa incondicional, dotada de magia, hace que en el emerjan las más inexplicables sensaciones. En ella encuentra no solo la cuna de lo fantástico, sino que es la causante de su catarsis, la mágnum de su existencia o inexistencia, según Pierrot lo anhele.
Precisamente es lo más símil del arte para el artista. En el arte se encuentra esa luna, ama y señora, y en el artista, el lunático imaginágico: preso de sus fantasías, pero que encuentra la liberación en el arte, su fiel esposa. No importa la existencia que el común Pierrot, o artista, tenga, cuan infeliz o pobre sea, cuan rutinaria o mecánica sea su vida, es el arte, precisamente, ese vehículo de liberación, quien nos sostiene y nos mantiene vivos, que nos hace capaces, existentes o inexistentes (como anhelemos), y nos hace, como a Pierrot, otro ser, habitante de ese otro mundo paralelo
La noche, oscura y aparentemente incierta, poco sería sin su lámpara, la luna, obra del Todopoderoso, quien la puso como ama y señora para cada lunático imaginativo, quien la tomaría como esposa, reina, y hasta diosa menor, a quien rendiría sonatas amorosas para satisfacer su existencia.
Pierrot, otro lunático imaginativo, tan común y corriente como uno más del resto, aquel triste artefacto humano, de quien todos se reían -al fin y al cabo esa es su vocación, sacar siempre en el otro sus más superficiales (o remotas, según sea el caso) emociones y sentimientos- aunque para él, pobre de condición, no sea más que un ejercicio rutinario, el pan de cada día, hasta la noche que es donde puede ver a la novia, la dama inalcanzable de quien estaba plenamente enamorado, la luna.
Pierrot es una artista, un idealista, un soñador, y la luna para él, su musa incondicional, dotada de magia, hace que en el emerjan las más inexplicables sensaciones. En ella encuentra no solo la cuna de lo fantástico, sino que es la causante de su catarsis, la mágnum de su existencia o inexistencia, según Pierrot lo anhele.
Precisamente es lo más símil del arte para el artista. En el arte se encuentra esa luna, ama y señora, y en el artista, el lunático imaginágico: preso de sus fantasías, pero que encuentra la liberación en el arte, su fiel esposa. No importa la existencia que el común Pierrot, o artista, tenga, cuan infeliz o pobre sea, cuan rutinaria o mecánica sea su vida, es el arte, precisamente, ese vehículo de liberación, quien nos sostiene y nos mantiene vivos, que nos hace capaces, existentes o inexistentes (como anhelemos), y nos hace, como a Pierrot, otro ser, habitante de ese otro mundo paralelo
Pierrot Legión
1 comentario:
En algunos momentos de la vida cuando el sol(cual paranoia) nos tiende a oscurecer parte de nuestra vida, la oscuridad y la luna tiende a ser un espacio de iluminación.
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