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Chacaloncito no sabe mucho de fútbol pero cuando gana Melgar saca pecho y dice: Arequipa, tierra de campeones. Chacaloncito vive con los africanos en un foyer en las afueras de París.
Chacaloncito habla con los africanos. Entre muchos temas, los africanos le dicen siempre lo mismo: No sé cómo ustedes en Sudamérica se han dejado conquistar por España. Esa mierda.
Chacaloncito replica: En ese tiempo España era el imperio. Los africanos traen un mapamundi y le dicen: Mira, Chacaloncito, mira, acá están los dos paisitos, España y Portugal, ellos los conquistaron. Lo peor de Europa. Al menos a África llegaron los franceses, los ingleses, los alemanes.
Chacaloncito toma venganza desde la cocina: Fríe palta, pollo, huevos, aceitunas, mezcla todo con ají chino y agrega esto a una olla de arroz. El plato: paella arequipeña. Los africanos comen asombrados. Luego, por la noche, vomitan todo.
Chacaloncito les ha dicho a los africanos que la selección peruana de fútbol ha perdido seis a cero. Los africanos revientan en carcajadas. Pizarro suplente de Drogba, dicen los africanos.
Chacaloncito les ha dicho a los africanos que Lucho Horna ha ganado el dobles en el Roland Garros. Los africanos se desternillan de risa. En el Roland Garros el dobles no existe, dicen los africanos.
Chacaloncito les ha dicho a los africanos que los peruanos no son ningunos huevones. Que ni bien los jugadores de la selección de fútbol llegaron a Lima la gente ha ido al aeropuerto a meter vicio y a mentarles la madre. Los africanos dicen: Si Costa de Marfil pierde los jugadores llegan de madrugada. Si llegan de día los agarran a balazos.
Chacaloncito se va a ver la Eurocopa en la tele. Los pronósticos de Marco Tulio eran claros: la historia pesa, Portugal nunca ha sido. Entonces Alemania juega a ritmo de entrenamiento, mete tres goles y pasa a la semifinal.
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Marco Tulio termina de leer las noticias en internet y le dice a Liz Norton: Fíjate, Norton, mi país ha vuelto a perder en fútbol. La mujer levanta la vista, deja de leer su libro de culturas subalternas y le dice: No sé mucho de fútbol, supongo que Perú está mal entonces.
Marco Tulio se encoge de hombros. Fuma un cigarrillo en silencio y al momento de estrellarlo contra el cenicero le dice a Liz Norton para ir a caminar. La noche es joven, Norton, salgamos.Ella accede. Tengo un poco de hambre, dice. Marco Tulio se acomoda la chaqueta y le responde que bien pueden buscar un restaurante y comer algo.
Caminan por Saint Antoine. Liz Norton le pide buscar un lugar de comida turca o hindú. Marco Tulio le dice: comeremos lo que tú quieras, Norton. Caminan hasta la rue Crozatier y se topan con las luces de un restaurante italiano. Tengo hambre, no soporto el hambre, entremos aquí, dice ella.
Entran. La mujer ordena una pizza vegetariana y pide a Marco Tulio que le recomiende algo para beber. Marco Tulio escoge para ella un grog y luego una menta, y para él un spaghetti al pomodoro y una copa de chianti.
Quien los atiende es el mismo dueño del local. Un italiano gordo de ojos saltones, que pareciera que en cualquier momento comenzará a bailar.
No lo hace.
En tres minutos el italiano aparece con las copas. En diez con los platos. Ambos comen. Juegan al uno dos tres. En realidad solo Marco Tulio juega al uno dos tres.
La mujer intercala los gustos: bebe un trago de grog, come un poco de pizza, bebe un trago de menta, come un poco de pizza.
Liz Norton mantiene siempre los ojos semicerrados.
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Liz Norton y Marco Tulio han decidido ir a Londres.
Acá viví hace muchos años, habla Marco Tulio, mirando la ciudad desde la ventana del hotel.
Ella no se inmuta. Tampoco dice algo.
Marco Tulio piensa que Liz Norton es una mujer adorable. Una mujer adorable que de un momento a otro puede comportarse de manera harto extraña.
Norton, cuando te lo propones puedes ser una recagona. ¿Sabías?
Liz Norton levanta la vista, deja de leer el libro y mira fijo a Marco Tulio. Luego dice: Mierda. Luego estrella el libro contra la pared y sale de la habitación.
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En Londres el sol se mantiene en lo alto del cielo.
La mujer toma algunas fotos de la ciudad.
Marco Tulio la ha llevado de paseo. Marco Tulio recuerda al detalle la ciudad. Caminan entre Bayswater Road, la Serpentine Gallery, Albert Memorial y de vez en cuando, en pleno paseo, Marco Tulio improvisa algunos movimientos de hulla-hop solo para que ella sonría.
Ella sonríe.
A pesar de eso, ambos hablan solo lo necesario. Al rato, Liz Norton dice que está cansada. Marco Tulio asiente y le pide caminar unas calles más. Iremos al Kensington, a ver la laguna y la estatua de Peter Pan, dice Marco Tulio. Liz Norton, serísima, responde que está bien.
Al entrar al Kensington Gardens, enrumban por el camino lateral hasta llegar a una de las bancas cercanas a la figura de Peter Pan. Toman asiento. Luego ella se pone de pie y saca algunas fotos. Luego de las fotos se acomoda de nuevo junto a Marco Tulio. El tiempo es bueno. El viento corre fresco. El cabello negro de Liz Norton revolotea sobre su rostro.
Alrededor de ambos, muchas personas están desperdigadas sobre el césped, muy cerca al caminito a la laguna.
Liz Norton y Marco Tulio deciden permanecer en la banca hasta que el sol desaparezca.
POR:
FRANCISCO IZQUIERDO QUEA (Lima, 1980) Egresado en Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es autor del libro de cuentos Bonitas palabras, codirector de la revista El Hablador (www.elhablador.com) y doctorante de la universidad Sorbonne Nouvelle. Asimismo, realiza trabajos de edición y periodismo radial y escrito.
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