El domingo pasado comenzó el ciclo CINE MUNDIAL en TvPerú. Una iniciativa que para los cinéfilos es una gran noticia. La posibilidad de ver películas que por lo general son muy raras de encontrar, o de programar, incluso en la televisión por cable, y que muchos no consiguen en dvd. ¿Y quienes gustarán más de este ciclo? Bueno supongo que más lo harán los que vieron, y añoran, el cine de ayer, pero también será una buena oportunidad para que los más jóvenes tengan la posibilidad de ver obras maestras. Queda esperar que este ciclo dure bastante y que siga mostrando películas de calidad como lo fue la primera:
El ciclo se inició con Ladrón de bicicletas, gran obra dirigida por Vittorio De Sica, con guión de Césare Zavattini, y pieza fundamental del neorrealismo italiano. La película sigue la fatalidad de un hombre para conseguir y mantener su trabajo en la posguerra de la década del cuarenta.
Desde el inicio, De Sica nos muestra la realidad en la que se vivía: un montón de desempleados pugnando por conseguir un sustento para sus familias, un montón de personas que tratan de empeñar lo que tiene para comprar un poco de lo que necesitan, un montón de personas tratando de llegar al transporte público, y luego, un montón de circunstancias de indiferencia. Se es uno más del montón.
Antonio Ricci consigue un trabajo para pegar carteles, pero en su primer día de trabajo le roban el medio que ha conseguido a costa de empeñar sus sábanas: la bicicleta. Aunque el título ya lo anuncia y desde que consigue la bicicleta parece que en cualquier momento la va a perder. Por ello no la deja de cargar aun dentro de la oficina de su trabajo, y todos creemos que se la van a robar cuando la deja en la puerta del edificio de la vaticinadora que su esposa va a visitar.
Pero no. La desgracia le llega en pleno trabajo, y después lo único que le sigue es la adversidad, o la pasividad que cada uno muestra hacia la desgracia del otro. Sólo lo ayuda su amigo, pero ni eso le alcanza para recuperar lo robado. En la comisaría, el policía ironiza sobre la importancia de una bicicleta robada. Pero ¿acaso no dejarán de comer cuatro personas sin esa bicicleta? No importa, porque simplemente son demasiados los que pasaban la misma situación, y no se podía satisfacer a todos. Ni a uno.
Al día siguiente busca la bicicleta con su amigo y su hijo, Bruno, con quienes se reparten por los mercados en busca de la bicicleta robada, por partes. Saben el número de la placa y saben que es sólo cuestión de tiempo encontrarla. Pero nadie da con la bicicleta. Entonces se queda otra vez sólo con su hijo cuando ve a uno de los ladrones hablando con un viejo, a quien sigue para encontrar al ladrón, y a su bicicleta. El anciano entra en una iglesia, donde una señora muy bien vestida, prácticamente la dueña de todo lo que acontece ahí, y de las personas que llegan, cuida de que no se haga ningún ruido. No entiende, tampoco, lo trascendental que es para Antonio y para Bruno encontrar la bicicleta.
Antonio y Bruno primero recorren la ciudad, y luego ya sólo la deambulan. La cara del padre es, por momentos, tan infantil como la de su hijo, quiere llorar de impotencia, de pena, de rabia, pero se aguanta. Al final Antonio ya está desesperado, sólo quiere trabajar pero no puede sin una bicicleta. Bicicletas que ve por montón en la salida de un estadio, y en una calle solitaria, otra más.
Se debate, entonces, internamente por robar o no una bicicleta, ¿que le da a su hijo: el ejemplo o el sustento para comer mañana? No hay opción, y aunque su rostro se comprime, tiene que hacerlo. Sin embargo, es atrapado en su fallido robo e irá a la cárcel. Resignado, baja la cabeza ante los insultos, pero de entre sus captores se le acerca Bruno, lleno de tristeza, y de lágrimas. Su padre no es culpable más que de no tener ayuda. Él es la víctima. El dueño de la bicicleta lo presiente y lo deja ir. Ahora padre e hijo caminan por las calles, solos, sin la bicicleta. No hablan. Es el final de esa historia.
El ciclo se inició con Ladrón de bicicletas, gran obra dirigida por Vittorio De Sica, con guión de Césare Zavattini, y pieza fundamental del neorrealismo italiano. La película sigue la fatalidad de un hombre para conseguir y mantener su trabajo en la posguerra de la década del cuarenta.
Desde el inicio, De Sica nos muestra la realidad en la que se vivía: un montón de desempleados pugnando por conseguir un sustento para sus familias, un montón de personas que tratan de empeñar lo que tiene para comprar un poco de lo que necesitan, un montón de personas tratando de llegar al transporte público, y luego, un montón de circunstancias de indiferencia. Se es uno más del montón.
Antonio Ricci consigue un trabajo para pegar carteles, pero en su primer día de trabajo le roban el medio que ha conseguido a costa de empeñar sus sábanas: la bicicleta. Aunque el título ya lo anuncia y desde que consigue la bicicleta parece que en cualquier momento la va a perder. Por ello no la deja de cargar aun dentro de la oficina de su trabajo, y todos creemos que se la van a robar cuando la deja en la puerta del edificio de la vaticinadora que su esposa va a visitar.
Pero no. La desgracia le llega en pleno trabajo, y después lo único que le sigue es la adversidad, o la pasividad que cada uno muestra hacia la desgracia del otro. Sólo lo ayuda su amigo, pero ni eso le alcanza para recuperar lo robado. En la comisaría, el policía ironiza sobre la importancia de una bicicleta robada. Pero ¿acaso no dejarán de comer cuatro personas sin esa bicicleta? No importa, porque simplemente son demasiados los que pasaban la misma situación, y no se podía satisfacer a todos. Ni a uno.
Al día siguiente busca la bicicleta con su amigo y su hijo, Bruno, con quienes se reparten por los mercados en busca de la bicicleta robada, por partes. Saben el número de la placa y saben que es sólo cuestión de tiempo encontrarla. Pero nadie da con la bicicleta. Entonces se queda otra vez sólo con su hijo cuando ve a uno de los ladrones hablando con un viejo, a quien sigue para encontrar al ladrón, y a su bicicleta. El anciano entra en una iglesia, donde una señora muy bien vestida, prácticamente la dueña de todo lo que acontece ahí, y de las personas que llegan, cuida de que no se haga ningún ruido. No entiende, tampoco, lo trascendental que es para Antonio y para Bruno encontrar la bicicleta.
Antonio y Bruno primero recorren la ciudad, y luego ya sólo la deambulan. La cara del padre es, por momentos, tan infantil como la de su hijo, quiere llorar de impotencia, de pena, de rabia, pero se aguanta. Al final Antonio ya está desesperado, sólo quiere trabajar pero no puede sin una bicicleta. Bicicletas que ve por montón en la salida de un estadio, y en una calle solitaria, otra más.
Se debate, entonces, internamente por robar o no una bicicleta, ¿que le da a su hijo: el ejemplo o el sustento para comer mañana? No hay opción, y aunque su rostro se comprime, tiene que hacerlo. Sin embargo, es atrapado en su fallido robo e irá a la cárcel. Resignado, baja la cabeza ante los insultos, pero de entre sus captores se le acerca Bruno, lleno de tristeza, y de lágrimas. Su padre no es culpable más que de no tener ayuda. Él es la víctima. El dueño de la bicicleta lo presiente y lo deja ir. Ahora padre e hijo caminan por las calles, solos, sin la bicicleta. No hablan. Es el final de esa historia.
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