Roberto Bolaño nació hoy, 28 de abril, en el 53. Sus contantes traslados geográficos se corresponden con su transmutación literaria expresada en un legado que solo de una forma se puede honrar: leyéndolo. Su audacia al escribir permitió que mostrara una gran cantidad de registros abriendo posibilidades más allá de lo que cualquiera se hubiera atrevido a siquiera buscar. Un gran ímpetu, de una vida rápida. Chileno de nacimiento, vivió en varios países, entre los que se cuentan México, donde fundó, el movimiento infrarrealista, o España, donde finalmente murió esperando un trasplante de hígado. Un mal hepático, sin embargo, llegó antes y Bolaño se fue, a los 50, no sin antes haber dejado una obra que se conocería de forma póstuma: 2666
Su obra, como cuentista y novelista, como narrador, sobre todo, pero también en poesía, tuvo un notorio despegue en la última década del siglo pasado y, gracias a su interés por lograr con la palabra cosas nuevas, y a su constancia como escritor, dotó a la literatura castellana una base para la entrada al nuevo milenio. De esta manera, se ha convertido en lectura obligatoria y piedra fundamental de la literatura latinoamericana contemporánea, llevándonos a conocer de cerca el mundo real, visceral.
Fragmento de Los detectives salvajes:
He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
(...)
No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo diecisiete años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tío insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso le dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitación y lloré toda la noche. O al menos una buena parte. Después, con aparente resignación, entré en la gloriosa Facultad de Derecho, pero al cabo de un mes me inscribí en el taller de poesía de Julio César Álamo, en la Facultad de Filosofía y Letras, y de esa manera conocí a los real visceralistas o viscerrealistas e incluso vicerrealistas como a veces gustan llamarse. Hasta entonces yo había asistido cuatro veces al taller y nunca había ocurrido nada, lo cual es un decir, porque bien mirado siempre ocurrían cosas: leíamos poemas y Álamo, según estuviera de humor, los alababa o los pulverizaba; uno leía, Álamo criticaba, otro leía, Álamo criticaba, otro más volvía a leer, Álamo criticaba. A veces Álamo se aburría y nos pedía a nosotros (los que en ese momento no leíamos) que criticáramos también, y entonces nosotros criticábamos y Álamo se ponía a leer el periódico.El método era el idóneo para que nadie fuera amigo de nadie o para que las amistades se cimentaran en la enfermedad y el rencor.
G. Lopez T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario