"Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona", así inicia El túnel, uno de los libros más conocidos del escritor argentino Ernesto Sábato, de quien se recuerda hoy su muerte (30 de abril 2011). Y aunque en letras lo conocemos muy bien, antes de dedicarse profundamente con mayor libertad a esta labor y a otras relacionadas, como la pintura, Sábato fue un científico que llegó a trabajar en el laboratorio Curie, en París, gracias a una beca para realizar investigaciones sobre radiaciones atómicas, o en el MIT (Massachusetts Institute of Technology). Académicamente logró incluso un Doctorado en Física en la Universidad Nacional de la Plata. Un recorrido envidiable para cualquier hombre de ciencias de su época, sin embargo, Sábato advirtió cierto vacío en la ciencia y decidió abandonarla.
"En el Laboratorio Curie, en una de las más altas metas a las que podía aspirar un físico, me encontré vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí avanzando por una fuerte inercia que mi alma rechazaba", diría el mismo escritor.
Pero, gracias al camino que decidió desde joven, en 1929, al estudiar en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad Nacional de La Plata, su acercamiento a las letras quedó determinado. En primer lugar por su acercamiento durante su estancia universitaria a grupos comunistas que lo condujeron a no dar absoluta prioridad al razonamiento científico, y también porque cuando estuvo becado en el Laboratorio Curie, en 1938, se aproximó a los surrealistas: "Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas. En el Dome y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando cadáveres exquisitos", recuerda Sábato.
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