Ya casi el hombre se va acostumbrando a no dormir, a mantener los miedos y a perpetuar sus culpas en horas de madrugada. La invención del remordimiento es fatal, más aún si se conoce de antemano (o si no se puede decir lo que se sabe) acerca del resultado terrible de una acción brutal. Brutalidad. Nada como la sinceridad para bajar al llano, a un llano en llamas y comerse la historia a borbotones y, entonces, botarla con espuma, con rabia, por un par de patadas en el estómago que no ha comido por días, que se niega a comer, a ser ese espacio de optimismo y alimentación, esa fuente de desarrollo. No se puede pedir nada más que el vaciado completo del ser por medio de la negación. A la sombra de un par de árboles el hombre se ampara, no quiere ser una fruta extraña, pero tampoco da frutos ya en vida, lo sabe, lo teme, lo piensa. Duda, y esa es su existecia. El hombre, con millones de golpes a 150 golpes por minuto se golpea y explota en no más de 10 segundos; duros, como miles de golpes. ¡Ah! la resistencia, la indiferencia y el descanso. Al fin, el descanso. El hombre de sabe entonces abatido, no ha luchado, pero cree que sí. Se sabe muerto y, entonces, alegre, se echa a andar.
Gustavo Lopez T.
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