miércoles, 30 de septiembre de 2009
Olympia de Ribeyro
Entré y ahí estaba ella. Antigua y radiante como una joya. Los años que había vivido en Francia no habían hecho mella en su belleza. De palabras duras, siempre fue la única que supo decir la verdad, aún más allá de su silencio petreo y musical que rodeaba la casa cuando no se jugaba una partida de ajedrez o se practicaba esgrima. Allí estaba, Olympia.
La esgrima. Esos cortes plateados del aire eran los pocos momentos en los que la fuerza de la voz de Olympia no se oía por la casa cubriéndolo todo con un canto persistente y, a veces, corrido y veloz como semicorcheas danzantes en un crescendo inmortal. Julio entonces era feliz. Olympia entonces era feliz.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
amigo porque me describes...
ya te he dicho no hables de mi vida personal :), no mentira
escriban un spot un poquito mas larguito
saludos, los espero a orillas del mundo
Brevedad y concisión Sandia. Aunque este post es especial, irá creciendo con el tiempo.
Olympia... yo también tengo una en casa, pero no es tan antigua como la de Ribeyro.
G.
Creo que mi abuelo tiene una así.
Voy a buscarla.
Adios Olympia
Publicar un comentario