No dije una palabra desde que salí de casa, había empezado a seguir mi decisión, a vivir con coherencia, que no con razón. En coherencia con la sin razón, el colmo de la sin razón, esas fueron palabras mágicas para mi. Lo que de su boca salía como un insulto llegaba a mis oídos como una alabanza, una loa y elogio a los buenos tiempos de la irracionalidad, al desembarazo entre la rutina y el cumplimiento de tareas de taza de café y nimias conversaciones sobre lo pendiente. Bonito asunto lo pendiente, pues siempre hay algo en esa condición, por lo que nunca deja de existir, por más que se labore en contra de él. El símbolo perfecto que encierra la encrucijada burlesca de la inutilidad del trabajo. (FRAGMENTO 2)
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A propósito, este fragmento escrito recientemente me hizo recordar un fotograma de la secuencia final de Otto e mezzo (del fantástico Fellini) en el que todos los personajes rondan en un fin de fiesta, siendo esto lo único que basta para el final que deseaba el director, mientras que la gran parafernalia montada detrás no hace más que ser una pérdida de tiempo, espacio y de trabajo, la inutilidad de la magnificencia reducida por la sencillez de la vida.
G. Lopez
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