Tener una letra, a la mano, resbalándose por entre los dedos, hasta escurrirse en una blanca superficie de papel. Acariciar las letras gravadas en teclas plásticas de una máquina de escribir o de una computadora portátil. Perforar una dura tabla de piedra para que, en la posteridad, muchos siglos después, un investigador descubra, analice e interprete lo que se quiso decir.
De cualquier manera, la experiencia de escribir reporta un compartir con millones de seres a través de siglos y de lugares diversos, extrapolando sus pensamientos, sentimientos, y presentimientos, esbozándolos en signos, letras, palabras, frases, oraciones, párrafos, textos. Hermosos textos inmortales, que en una inmensa biblioteca jamás faltarán a los ojos inquietos de algún niño que descubre por vez primera en su vida la lectura.
Y por vez primera, porque con los años se van descubriendo nuevas lecturas que nos nutren y que, si es propicia la formación, nos hacen también producir textos sobre nuestras lecturas, sobre la lecturas del texto y de la vida, ese tejido aún más complejo y completo que cualquiera de los demás textos que la representan, y que, en unión justamente con ellos, no cesa jamás de establecer diálogos que seguirán produciendo textos, escritos, palabras, los cuales nos aseguran, por una buena parte de la eternidad, que siga habiendo un idioma rico con el cual podamos seguir comunicándonos.
23 de abril: Día del Idioma Español
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